COMIENZOS PROMETEDORES (LII)

62. El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde

El intenso perfume de las rosas embalsamaba el estudio y, cuando la ligera brisa agitaba los árboles del jardín, entraba, por la puerta abierta, un intenso olor a lilas o el aroma más delicado de las flores rosadas de los espinos.

Lord Henry Wotton, que había consumido ya, según su costumbre, innumerables cigarrillos, vislumbraba, desde el extremo del sofá donde estaba tumbado –tapizado al estilo de las alfombras persas–, el resplandor de las floraciones de un codeso, de dulzura y color de miel, cuyas ramas estremecidas apenas parecían capaces de soportar el peso de una belleza tan deslumbrante como la suya; y, de cuando en cuando, las sombras fantásticas de pájaros en vuelo se deslizaban sobre las largas cortinas de seda india colgadas delante de las inmensas ventanas, produciendo algo así como un efecto japonés, lo que le hacía pensar en los pintores de Tokio, de rostros tan pálidos como el jade, que, por medio de un arte necesariamente inmóvil, tratan de transmitir la sensación de velocidad y de movimiento. (trad. José Luis López Muñoz).

63. El mago de Oz, L. Frank Baum

Dorothy vivía en medio de las grandes praderas de Kansas, con tío Henry, que era granjero, y tía Em, que era su mujer. Su casa era pequeña, ya que tuvieron que traer el madera en carro desde muy lejos. Tenía cuatro paredes, un suelo y un tejado, que formaban una sola habitación; y esta contenía un hornillo algo oxidado, una alacena para los platos, una mesa, tres o cuatro sillas y las camas. Tío Henry y tía Em tenían una cama grande en una esquina, y Dorothy, una cama pequeña en otra. La casa no tenía ni desván, ni sótano, excepto un pequeño agujero excavado en el suelo, al que llamaban «el sótano del ciclón», donde la familia podía resguardase si se producía uno de esos terribles torbellinos que tienen tanta fuerza como para derribar cualquier edificio que encuentren a su paso. En medio del piso había una trampa, y desde allí una escalera bajaba hacia un agujero pequeño y oscuro.  

64. La vida es sueño, Calderón de la Barca


Sale en lo alto de un monte ROSAURA en hábito de hombre, de camino, y en representando los primeros versos va bajando.

 

ROSAURA
Hipogrifo violento,
que corriste parejas con el viento,
¿dónde rayo sin llama,

pájaro sin matiz, pez sin escama
y bruto sin instinto
natural, al confuso laberinto
de esas desnudas peñas te desbocas,
te arrastras y despeñas?
Quédate en este monte,
donde tengan los brutos su Faetonte;
que yo, sin más camino
que el que me dan las leyes del destino,
ciega y desesperada,
bajaré la cabeza enmarañada
deste monte eminente
que arruga el sol el ceño de la frente.

Mal, Polonia, recibes
a un extranjero, pues con sangre escribes
su entrada en tus arenas;
y apenas llega, cuando llega a penas.
Bien mi suerte lo dice;
mas ¿dónde halló piedad un infelice?





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