COMIENZOS PROMETEDORES (XXXVI)
43. Bola de Sebo, Guy de Maupassant
Durante varios días consecutivos habían cruzado por la ciudad jirones del ejército derrotado. No se trataba de la tropa, sino de hordas desbandadas. Los hombres llevaban barbas crecidas y sucias, uniformes andrajosos, y avanzaban con paso cansado, sin bandera, sin regimiento. Todos parecían abrumados, derrengados, incapaces de una idea o una resolución, marchaban solo por hábito, y se caían de fatiga en cuanto se detenían. Se veía sobre todo a movilizados, gente pacífica, tranquilos rentistas, doblados bajo el peso del fusil; jóvenes voluntarios alerta, fáciles de asustar y prontos al entusiasmo, tan dispuestos al ataque como a la huida; y además, entre ellos, unos cuantos calzones rojos, despojos de una división triturada en una gran batalla; artilleros de uniforme oscuro alineados con aquellos infantes diversos; y, a veces, el brillante casco de un dragón de lentos andares que seguía a duras penas la marcha ligera de los soldados rasos. (trad. Esther Benítez).
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