COMIENZOS PROMETEDORES (XLIII)
50. Esperando a Godot, Samuel Beckett
ACTO PRIMERO
(Camino en el campo, con árbol)
(Anochecer)
(Estragón, sentado en el suelo, intenta descalzarse. Se esfuerza haciéndolo con ambas manos, fatigosamente. Se detiene, agotado, descansa, jadea, vuelve a empezar. Repite los mismo gestos)
(Entra Vladimir)
ESTRAGÓN (renunciando de nuevo): No hay nada que hacer.
VLADIMIR (se acerca a pasitos rígidos, las piernas separadas): Empiezo a creerlo. (Se queda inmóvil). Durante mucho tiempo me he resistido a pensarlo, diciéndome, Vladimir, sé razonable, aún no lo has intentado todo. Y volvía a la lucha. (Se concentra, pensando en la lucha. A Estragón) Vaya, ya estás ahí otra vez.
(trad. Ana María Moix)
51. El filo de la navaja, William Somerset Maugham
Nunca he dado principio a una novela con tanto recelo. Si la llamo novela es únicamente porque no sé qué otro nombre darle. Su valor anecdótico es escaso, y no acaba ni en muerte ni en boda. La muerte todo lo termina, y es, por lo tanto, adecuado final de cualquier narración; mas también concluye convenientemente lo que en bodas acaba, y yerran quienes, por alardear de avisados, hacen burla de aquellos desenlaces que la costumbre ha dado en llamar felices. Opina sanamente el vulgo que, sobre aquello que en desposorios termina, no es menester añadir más. Cuando mujer y varón, tras las vicisitudes que se deseen, terminan por unirse, cumplen una función biológica, y el interés que suscitaron es trasladado a la generación venidera. Mas yo dejo al lector en el aire. Este libro está compuesto con mis recuerdos de un hombre a quien traté íntimamente con largos intervalos, y poco sé de lo que pudo acontecerle durante ellos. Supongo que ejercitando mi imaginación podría rellenar esos huecos y lograr, de esa manera, mayor coherencia para mi narración; pero no deseo hacerlo. Quiero limitarme a dejar escrito aquello que verdaderamente llegó a mi noticia (trad. Fernando Calleja).
52. El tambor de hojalata, Günter Grass
Pues sí: soy huésped de un sanatorio. Mi enfermero me observa, casi no me quita la vista de encima; porque en la puerta hay una mirilla; y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que no puede penetrar en mí, de ojos azules (trad. Carlos Gerhard).
53. Elmer Gantry, Sinclair Lewis
Elmer Gantry estaba borracho. Estaba borracho de una manera elocuente; borracho de forma cariñosa y agresiva. Se acodó en la barra del Old Home Sample Room, el salón más lujoso y sofisticado de Cato, Missouri, y le pidió al camarero que lo acompañara en "The Good Old Summer Time", el vals de la temporada.
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