COMIENZOS PROMETEDORES (XXXIII)

40. Los grandes cementerios bajo la luna, Georges Bernanos

«¡He jurado emocionaros, ya sintáis amistad o ira, da lo mismo!». Así hablaba yo antes, en la época de La Grande Peur, hace siete largos años. Ahora no me preocupo demasiado de emocionar, al menos provocando ira. La ira de los imbéciles siempre me dio tristeza, pero hoy más bien me espantaría. En todo el mundo retumba esa ira. ¿Qué cabía esperar? Lo único que pedían era no entender nada e incluso se juntaban varios para ello, porque el hombre es incapaz de ser necio o malvado él solo, condición misteriosa reservada seguramente al proscrito. Al no entender nada se juntaban, no con arreglo a sus afinidades particulares, demasiado débiles, sino según la modesta función que debían al nacimiento o al azar y ocupaba por entero su pequeña vida. Porque las clases medias son casi las únicas que proporcionan al verdadero imbécil. La superior se arroga el monopolio de una clase de idiotez perfectamente inutilizable, una idiotez de lujo, y la inferior no pasa de unos toscos y a veces admirables esbozos de animalidad. (trad. Juan Vivanco)




Comentarios