Las euménides

Las euménides

Tercera parte de la La Orestía de Esquilo, el primero de los grandes trágicos griegos. Orestes, perseguido por las  erinias —las innombrables personificaciones de la venganza, encargadas de que cualquier crimen fuese debidamente castigado— por la muerte de su madre Clitemnestra, busca refugio en el templo de Apolo de Delfos. Este le dice que vaya a Atenas y que allí recibirá un juicio justo. Finalmente, este es absuelto gracias a la decisiva intervención de Atenea —se produce un empate entre los jueces—. Las erinias parecen no aceptar el veredicto que salva al matricida, pero gracias a la diosa, que logra convencerlas, se convierten en euménides, en seres «bienhechores» que serán honrados por los ciudadanos de Atenas.

ATENEA. Las fórmulas apruebo de vuestras bendiciones. Y voy a conduciros a la luz de espléndidas antorchas bajo tierra, al espacio que hay allí. Conmigo han de venir las servidoras que custodian mi imagen, es lo justo. Y que salga lo mejor de la tierra de Teseo, tropa ilustre de niños y mujeres, y de ancianas también... A estas diosas honrad con vestimentas de púrpura; y que brote la luz del fuego, para que estas habitantes de la tierra bondadosas, al fin, revelen su presencia, a ilustres ciudadanos dando vida.














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