LA DAMA BOBA Y LAS LECCIONES DEL AMOR
La dama boba, una de las comedias más logradas de cuantas salieron de la incansable pluma de Lope de Vega, se estrenó por vez primera en el año 1613. A día de hoy sigue gozando de una merecida estimación por parte del público y de la crítica especializada. Son, bien mirado, muchas las virtudes que atesora: generosas dosis de comicidad, ingenio por doquier, sutileza, ironía en los diálogos, una interesante reflexión sobre el papel de la mujer y su formación en la sociedad de la época y, primordialmente, la inteligente relectura del viejo lugar común (ya presente en Ovidio) del amor como maestro y su fuerza avasalladora, transformadora del espíritu.
El planteamiento parece sencillo. Dos mujeres, dos hermanas antagónicas: Nise, la culta, la instruida, la «bachillera»; Finea, la pueril, la ignorante, la patética necia. Esta última es presentada ante el espectador como una criatura ridícula, capaz de cometer los más increíbles dislates lingüísticos. Sin acicates para el saber, huérfana de cualquier interés por el conocimiento, hasta que irrumpe el amor («a sentir penas comienzo»), y entonces todo cambia...
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La jornada final será la confirmación total de la teoría, con una Finea avisada y discreta, enseñada en la mejor escuela que la mujer precisa. Dos meses le han bastado para asimilar tan basta «ciencia» (v. 2038) y comprender los extraños efectos que el amor provoca («pues los ingenios más rudos / sabios y discretos hacen», vv. 2042-3). La razón divina que se había eclipsado en su mente, casi irracional, ilumina ahora sus actos. Todo el parlamento con que inicia el acto tercero es un canto agradecido al Amor, que le dio a Laurencio («con que pudiste mejor, / enamorada, enseñar[1]me», vv. 2071-2).
Aurora Egido, «La universidad del amor y La dama boba».
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Felipe B. Pedraza Jiménez, «A vueltas con La dama boba». | |||||||
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