LA DAMA BOBA Y LAS LECCIONES DEL AMOR

La dama boba, una de las comedias más logradas de cuantas salieron de la incansable pluma de Lope de Vega, se estrenó por vez primera en el año 1613. A día de hoy sigue gozando de una merecida estimación por parte del público y de la crítica especializada. Son, bien mirado, muchas las virtudes que atesora: generosas dosis de comicidad, ingenio por doquier, sutileza, ironía en los diálogos, una interesante reflexión sobre el papel de la mujer y su formación en la sociedad de la época y, primordialmente, la inteligente relectura del viejo lugar común (ya presente en Ovidio) del amor como maestro y su fuerza avasalladora, transformadora del espíritu.



El planteamiento parece sencillo. Dos mujeres, dos hermanas antagónicas: Nise, la culta, la instruida, la «bachillera»; Finea, la pueril, la ignorante, la patética necia. Esta última es presentada ante el espectador como una criatura ridícula, capaz de cometer los más increíbles dislates lingüísticos.  Sin acicates para el saber, huérfana de cualquier interés por el conocimiento, hasta que irrumpe el amor («a sentir penas comienzo»), y entonces todo cambia... 



RUFINO
  

Estas son letras también.

FINEA
¿Tantas hay?
RUFINO
Veintitrés son.
FINEA
Ahora vaya de lición;
que yo lo diré muy bien.
RUFINO
   ¿Qué es esta?
FINEA
¿Aquesta?... No sé.
RUFINO
¿Y esta?
FINEA
No sé qué responda.

RUFINO
¿Y esta?
FINEA
¿Cuál? ¿Esta redonda?
¡Letra!
RUFINO
¡Bien!
FINEA
Luego, ¿acerté?
RUFINO
   ¡Linda bestia!
FINEA
¡Así, así!
Bestia, ¡por Dios!, se llamaba;
pero no se me acordaba.
RUFINO
Esta es erre, y esta es i.
FINEA
  Pues, ¿si tú lo traes errado...?

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La jornada final será la confirmación total de la teoría, con una Finea avisada y discreta, enseñada en la mejor escuela que la mujer precisa. Dos meses le han bastado para asimilar tan basta «ciencia» (v. 2038) y comprender los extraños efectos que el amor provoca («pues los ingenios más rudos / sabios y discretos hacen», vv. 2042-3). La razón divina que se había eclipsado en su mente, casi irracional, ilumina ahora sus actos. Todo el parlamento con que inicia el acto tercero es un canto agradecido al Amor, que le dio a Laurencio («con que pudiste mejor, / enamorada, enseñar[1]me», vv. 2071-2).

 

 Aurora Egido, «La universidad del amor y La dama boba».



La dama aniñada, feliz en su bobería, solo angustiada por las presiones que el medio (padre y maestros) ejerce sobre ella, descubre un dolor que nace de sí misma, de sus entrañas. No surge de una imposición, sino de un imaginado despojamiento: «Laurencio, no se los des [los ojos a Nise], / que a sentir penas comienzo» (vv. 1749-1750). Esta congoja nueva e íntima ha estado precedida de los viejos sofocos que vienen del exterior. Su hermana Nise le ha reñido y la ha amenazado («¡Quitarete dos mil vidas, / boba dichosa!», vv. 1688-1689). Finea, que le había plantado cara en un primer momento («¿Quién te empeñó / a Laurencio?», vv. 1684-1685; «Pues yo le desempeñé, / y el mismo amor me le dio», vv. 1686-1687), es incapaz de sostener el pulso y cede. Se siente apesadumbrada por el acoso a que la someten:»¡En qué confusión me veo! / ¿Hay mujer más desdichada? / Todos dan en perseguirme» (vv. 1707-1709).


 Felipe B. Pedraza Jiménez, «A vueltas con La dama boba».















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