GALAXIA CERVANTINA. EL PERSILES: VAGA APROXIMACIÓN (II)

 

Quizás sorprenda decir que fue el Persiles una obra estimada y muy leída. Las sucesivas reediciones dan cuenta de su incontestable éxito —hasta seis el mismo año de su aparición—. No es menos cierto que hoy, cuando han transcurrido ya más de cuatrocientos años desde su aparición, ni siquiera los lectores cultos le prestan la atención merecida. Huelga recordarlo: la sombra del Quijote resulta demasiado alargada.

Creemos, no obstante, que sus méritos siguen siendo innegables. Que figure el nombre de Miguel de Cervantes en la portada no debería ser óbice para una valoración ponderada de su valor literario. Dicho de otro modo: no cabe pecar de indulgencia porque haya salido de la pluma de Cervantes, ni de severidad excesiva porque esta no sea una novela comparable al Quijote. 




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👉Desfilan por sus páginas individuos tan variopintos como fascinantes, de múltiple pelaje y condición: el danzador Rutilio, el murmurador Clodio, el astrólogo Mauricio, la lujuriosa y artera Rosamunda, el rey Policarpo y la hermosa Sinforosa, Arnaldo, Ricla, Constanza… La torrencial inventiva, la singular destreza polifónica y la portentosa capacidad fabuladora de Cervantes nos encandilan desde las primeras páginas. Con todo, menudean los descuidos e imprecisiones, acaso imputables a la provecta edad del escritor, aunque no entorpecen la lectura ni menoscaban el valor artístico este «libro de entretenimiento», como lo llamaba su autor. Una «historia septentrional» reza su antetítulo, aunque ya en el tercer libro los protagonistas anden por tierras españolas…

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Bien sabes, ¡oh señora!, que las causas que nos movieron a salir de nuestra patria y a dejar nuestro regalo fueron tan justas como necesarias. Ya los aires de Roma nos dan en el rostro; ya las esperanzas que nos sustentan nos bullen en las almas; ya  hago cuenta que me veo en la dulce posesión esperada. Mira, señora, que será bien que des una vuelta a tus pensamientos, y, escudriñando tu voluntad, mires si estás en la entereza primera, o si lo estarás después de haber cumplido tu voto, de lo que yo no dudo, porque tu real sangre no se engendró entre promesas mentirosas, ni entre dobladas trazas. De mí te sé decir, ¡oh hermosa Sigismunda!, que este Periandro que aquí ves es el Persiles que en la casa del rey mi padre viste. Aquel, digo, que te dio palabra de ser tu esposo en los alcázares de su padre, y te la cumplirá en los desiertos de Libia, si allí la contraria fortuna nos llevase.

 

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