GALAXIA CERVANTINA: «EN UN LUGAR DE LA MANCHA», «NO QUIERO ACORDARME», «DUELOS Y QUEBRANTOS... (I, 1)


Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.


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He aquí la presentación del personaje más ilustre de la literatura en lengua española. Para el lector del siglo XXI, acaso menos familiarizado con el español del siglo XVII y las costumbres y formas de la vida que imperaban en aquella época, resultarán pertinentes e iluminadoras ciertas aclaraciones léxicas, así como diversos comentarios sobre el marco sociocultural en que se desarrolla la singular historia. 

EN UN LUGAR DE LA MANCHA

Este conocido sintagma no es creación original de la pluma cervantina, aunque, sin duda, deba su fama al incontestable éxito del Quijote. Se trata de un octosílabo tomado de un romance anónimo. Así pues, nuestro autor ha echado mano de una fórmula más o menos estereotipada, que podría emplearse al inicio de los cuentos populares. Recordemos que los libros de caballerías, objeto de la mordaz parodia cervantina, se caracterizaban, justo al contrario, por arranques más elevados, pretenciosos y rimbombantes. 

Nos topamos, ya ab initio, con algunas «pequeñas trampas» que pueden despistarnos o distorsionar la lectura. «Lugar», por ejemplo, y para sorpresa de muchos, no posee en este contexto la moderna acepción de 'sitio', sino que debe leerse más bien como 'pequeña entidad de población' o 'aldea'. Con su «no quiero acordarme», el narrador no expresa que «no quiera acordarse», es decir, que carezca de voluntad o consciente deseo de hacerlo. La lectura correcta, más bien, sería que el misterioso narrador no «llega a acordarse» o «no puede acordarse».

UN HIDALGO DE...

En estas primeras líneas de la novela se esboza un retrato del «ingenioso hidalgo». Se hace especial hincapié en rasgos que permitirían a los lectores contemporáneos identificar con cierta facilidad su posición en la escala social: su indumentaria, sus hábitos (madrugador, amante de la caza y sobre todo, como sabremos en pocas líneas, muy aficionado a la lectura de novelas de caballerías) o sus costumbres gastronómicas. Parece evidente que este pertenecía a un grupo de la nobleza baja: el de los hidalgos rurales de sangre —«un hidalgo de los de...»—, con limitados medios, por debajo de otros que disfrutaban de una posición más desahogada. Es, en fin, «el típico hidalgo de pueblo» (Francisco Rico), un «hidalgo de aldea medianamente acomodado» (John Jay Allen).

¿OCIOSIDADES?

¿Demasiado otium? La alusión puede resulta equívoca. ¿Pretende el autor censurar la holgazanería y una existencia libre de ocupaciones o trabajos? En absoluto. Baste señalar que los hidalgos estaban obligados a evitar a toda costa el trabajo manual, pues  tal actividad era deshonrosa e impropia de su condición. Disfrutaban, además, de ciertos privilegios, como la exención del pago de impuestos. 

LA EDAD

En el tiempo de Cervantes, cincuenta años era una edad más que respetable. En realidad, debemos ver a Alonso Quijano como un hombre mayor, presumiblemente asediado de achaques, y con las limitaciones físicas y mentales que en nuestros días asociamos a la senectud. 



ARMAS Y CABALLO

¿Astilleros, adargas, rocín?

El «astillero» designa un percha para las astas o las lanzas; la «adarga», un escudo ligero, de ante o cuero; el «rocín», al caballo flaco, de pobre apariencia, que era utilizado en labores agrícolas. Todo hidalgo que se preciase de serlo tenía que poseer un «rocín».

El inventario de armas traza con nitidez el retrato de un hombre que ocupa ese rango social de nobles inferiores a los caballeros y a los grandes,  al que antes nos hemos referido.

COMIDA

Merece alguna consideración la dieta de nuestro singular hidalgo. La olla o cocido de carne, con tocino, verduras y legumbres constituía el plato esencial en el régimen alimenticio de entonces. Aclaremos, como curiosidad, que el salpicón se elaboraba con carne picada, sal, aceite y pimienta. En cuanto las lentejas de los viernes, que era día de ayuno y abstinencia de carne, en ningún caso irían acompañadas de carne —quizás cebolla o ajo—. Los sábados comía «duelos y quebrantos», plato típico manchego con huevos y tocino frito, cuya ingesta este día concreto estaba autorizada por la Iglesia en Castilla.  

Salta a la vista que no son apetitosos ni caros manjares. Nos revelan, en efecto, que su condición era modesta. Con todo, no hay que soslayar la alusión al «palomino de añadidura», que nos invita a inferir que el hidalgo poseía un palomar, signo de prestigio.  

INDUMENTARIA 

Analicemos sucintamente la ropa del señor Quijana. Vestía «calzas» ('especie pantalones que cubrían los muslos') de terciopelo y «sayo» ('traje con falda') de «velarte» ('paño fino de color oscuro'). También llevaba «pantuflos», es decir,  un tipo de calzado que se ponía sobre los zapatos, y «vellorí», que era un «paño entrefino de color pardo». Todas estas alusiones resultan igualmente informativas para poder comprender cuál era el nivel socioeconómico del sobredicho hidalgo. A pesar de su modesta situación, nuestro personaje parece cuidar su apariencia, porque en ello, no lo olvidemos, le va su prestigio, la consideración ajena y el mantenimiento de una frágil posición social. 

ENJUTO DE ROSTRO

La información fisiológica aportada sobre el hidalgo («complexión recia», «seco de carnes», «enjuto de rostro») viene a coincidir con el tipo 'melancólico' o 'colérico', según la teoría médica de los cuatro humores. 

¿QUIJADA, QUESADA, QUEJANA?

Reparemos, por último, en que el narrador no nos proporciona el nombre preciso del personaje. Esta deliberada indeterminación confiere mayor verosimilitud a los hechos, ficticios, y libera al personaje de «determinismos locales y familiares» (Ángel Basanta). La ambigüedad, como es bien sabido, sobresale como una de las señas de identidad más notorias en el universo literario de Cervantes. Lejos de ser un fenómeno puntual, como descubrirá el lector atento, esta vacilación onomástica (¿despiste?) afecta a otros personajes de la obra, como la mujer de Sancho Panza. 




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