DE NINGUNA COSA SE DOLÍA


Incendie à Rome, Robert Hubert



Este romance nos ofrece el ejemplo del mal gobernante, cínico y amoral. Según la tradición, Nerón, desde la roca Tarpeya, toca la lira mientras contempla la ciudad Roma, que se consume en llamas. La broma cervantina lo convertiría en el «marinero de Tarpeya», en una graciosa y disparatada corrupción. 


Mira Nero de Tarpeya

a Roma cómo se ardía:

gritos dan niños y viejos

y él de nada se dolía;

el grito de las matronas

sobre los cielos subía,

como ovejas sin pastor

unas a otras corrían,

perdidas, descarriadas,

a las torres se acogían.

Los siete montes romanos

lloro y fuego los hundía;

en el grande Capitolio

suena muy gran vocería,

por el collado Aventino

gran gentío discurría,

en Cabalo y en Rotundo

la gente apenas cabía;

por el rico Coliseo

gran número se subía.

Lloraban los dictadores

los cónsules a porfía,

daban voces los tribunos,

los magistrados plañían,

los cuestores lamentaban,

los senadores gemían,

llora la orden ecuestre,

toda la caballería

por la crueldad de Nerón,

que lo ve y toma alegría.

Siete días con sus noches

la ciudad toda se ardía;

por tierra yacen las casas,

los templos de tallería,

los palacios muy antiguos,

de alabastro y sillería,

por tierra van en ceniza

sus lazos y pedrería;

las moradas de los dioses

han triste postrimería:

el templo Capitolino

do Júpiter se servía,

el grande templo de Apolo,

y el que de Mars se decía,

sus tesoros y riquezas

el fuego los derretía;

por los carneros y osarios

la gente se defendía.

De la torre de Mecenas

mirabala toda vía

el ahijado de Claudio

que a su padre parecía,

el que a Séneca dio muerte,

el que matara a su tía,

el que antes de nueve meses

que Tiberio se moría,

con prodigios y señales

en este mundo nacía;

el que siguió los cristianos,

el padre de tiranía,

de ver abrasar a Roma

gran deleite recibía,

vestido en cénico traje

descantaba en poesía.

Todos le ruegan que amanse

su crueldad y porfía:

Doriforo se lo ruega,

Esforo lo combatía,

a sus pies Rubrio se lanza,

acepte lo que pedía,

Claudia Augusta se lo ruega,

ruégaselo Mesalina;

ni lo hace por Popea,

ni por su madre Agripina,

no hace caso de Antonia

que la mayor se decía,

ni de padre tío Claudio

ni de Lépida su tía;

Aulo Plauco se lo habla,

Rufino se lo pedía,

por Británico ni Druso

ninguna cuenta hacía;

los ayos se lo rogaban,

el Censor y el que tenía,

a sus pies se tiende Octavio,

esa queja no quería.

Cuanto más todos le ruegan

el de nadie se dolía.

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