¡Quién hubiera tal ventura!

 


EL INFANTE ARNALDOS

¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,
la ejarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.
Marinero que la guía,
diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar;
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.

Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
—Por tu vida, el marinero,
dígasme ora ese cantar.
Respondiole el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
—Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.

He aquí uno de los poemas más bellos y misteriosos de nuestro Romancero viejo. Este famosísimo romance cuenta la extraña historia del infante —o conde, en otras versiones— Arnaldos. Este se dispone al saludable ejercicio de la caza en la mañana de San Juan —cargada de connotaciones eróticas y mágicas—. Ocurre entonces un hecho fascinante e inesperado: advierte la presencia de una galera que se aproxima a tierra. Tal nave fantástica es conducida por un marinero que canta una canción con prodigiosos efectos: amaina los vientos, hace salir a los peces a la superficie y posar a las aves en el mástil de su embarcación. El conde, perplejo y deslumbrado por los hechos inverosímiles que acaba de presenciar, pregunta al marinero por ese maravilloso canto, pero este le ofrece una réplica ciertamente enigmática: «Yo no digo mi canción/sino a quien conmigo va».

Conjuga este romance lírico un sugerente repertorio de elementos genuinamente poéticos: la caza, el carácter simbólico vinculado a la mañana de San Juan, la nave misteriosa, el cantar del marinero y los ya mencionados efectos mágicos de la música, con claras resonancias órficas. El carácter fragmentario del poema y, sobre todo, su final abierto, han motivado acercamientos críticos ricos y muy variados.

 



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