UN BUEN MORIR, UNA MUERTE IDEAL


Assí, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos e hermanos
e criados,
dio el alma a quien gela dio
(el cual la ponga en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dexonos harto consuelo
su memoria.

Y fallece don Rodrigo Manrique, lúcido y sereno, plenamente consciente de su apagamiento, rodeado por familiares y sirvientes, con la esperanza de disfrutar ya de la otra vida. Nos obsequia el poeta, como idóneo colofón a su elegía, con una memorable lección sobre el arte del bien morir (ars moriendi). 

Una muerte que es asumida con serenidad, sin aspavientos ni dramatismos. «Perdió la vida», pero nos queda, a los vivos, el aliento de esos últimos versos de consolación: «dexonos harto consuelo/su memoria». La memoria y la fama perdurarán. 



Comentarios