ABENÁMAR, ABENÁMAR...

 


—¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida:
moro que en tal signo nace:
no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que decía:
—Yo te la diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía:
que mentira no dijese,
que era grande villanía;
por tanto pregunta, rey,
que la verdad te diría.
—Yo te agradezco, Abenámar,
aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!
—El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita,
los otros los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra,
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía.
El otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieses, Granada,
contigo me casaría;
darete en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.

Ejemplo ilustre de romance fronterizo —estos romances se centran en los avatares guerreros acaecidos en torno al reino de Granada en los últimos estertores del proceso de Reconquista—, de claro trasfondo histórico y político, que muestra el interés y fascinación de Juan II por Granada, personificada en el poema como una bella mujer. El monarca le dirige a esta encendidos requiebros, aunque no logra su cometido. 

Se admite generalmente que esta escena recuerda poéticamente el encuentro histórico de Juan II con un moro granadino frente a la ciudad [...]. Esta parte principal del romance muestra un grado de poetización excepcional aun en el romancero viejo: la alabanza de las maravillas de Granada y, sobre todo, el diálogo del rey con la ciudad codiciada que nos llevan a un mundo muy distinto de los relatos épicos o históricos; simbolizan, con medios muy ajenos a la tradición narrativa, el deseo de los reyes castellanos, intenso y frustrado, frente a la Granada mora, y aún más allá, si se quiere, la impenetrabilidad mutua de los dos mundos, el cristiano y el moro.

                                    P. Bénichov, Creación poética en el romancero tradicional


Imagen creada con IA (TALKAI)

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