PARMÉNIDES Y EL SER

Parménides de Elea (530- 444 a. C.) es uno de los pensadores presocráticos de mayor relevancia e influencia en la historia filosófica. Tradicionalmente, se presentan sus postulados como antagónicos de Heráclito. La defensa de este último del incesante cambio se opone a la inmutabilidad de todo, a la absoluta imposibilidad del cambio. 

No parece exagerado sostener que la evolución posterior del pensamiento filosófico está fuertemente condicionada por las decisivas aportaciones de Parménides, en particular, a la definición del ser. Como ya señaló Martin Heidegger, este fue uno de los primeros pensadores  en «meditar en el ser del ente».

El no-ser es inconcebible, esto es, impensable. Por consiguiente, Parménides sostiene que el no ser no es y que el ser es, y que, además, el no-es no puede ser pensado. Así pues, el ser es indestructible, inmutable e ingénito. 

Parménides fue, en puridad, uno de los primeros filósofos en postular el principio de identidad y no contradicción. 

a) El ser es único. 

b) El ser es eterno.

c) El ser no puede tener principio ni fin.

d) Lo que es

Solo existe el ser, que es eterno (sin comienzo ni fin, de lo contrario alguna vez no habría sido o dejaría de ser, lo cual no es posible; asimismo, el ser no puede originarse en el no-ser), ilimitado (pues si tuviera límites algo debería haber más allá del ser y eso no puede ser), único (si existiera otro ser, entre ambos debería estar el no ser), inmóvil (no tiene partes, no puede moverse y no tiene lugar para hacerlo), inmutable (si cambiara debería de dejar de ser lo que es para ser aquello que no es), e idéntico a sí mismo (puesto que es lo único que existe).

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FRAGMENTO 1 

EL POEMA (SOBRE LA NATURALEZA

Los corceles me arrastran, tan lejos como el ánimo anhela me llevaron. Y una vez que en el renombrado camino de la Diosa me hubieron puesto, que lleva al varón sapiente a través de los poblados, por allí me condujeron. Por allí me llevaban los hábiles corceles tirando del carruaje; las doncellas indicaban el camino. En los cubos del eje con estridente sonido rechinaban ardiendo (acelerado por dos vertiginosas ruedas, de ambos lados) cuando se apresuraban a escoltar las doncellas Helíadas, abandonadas ya las moradas de la noche hacia la luz, habiendo con sus manos los velos de la cabeza retirado. Allí [están] las puestas de los senderos de la noche y del día y en torno a ellas, dintel y umbral de piedra, y ellas mismas, etéreas, cerradas por inmensas batientes hojas de las que Dike, la de los múltiples castigos, las llaves guarda de doble uso.


 

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