DISCURSO DE ANGÉLICA CLEMENTE EN EL DÍA DE SU JUBILACIÓN


El pasado viernes despedíamos con emoción a nuestra compañera Angélica, profesora de Filosofía, que ejerció la docencia en nuestro centro durante muchos años. Ella nos regaló este hermoso discurso de despedida. 



DESPEDIDA

         Nunca imaginé que, en mi primer concurso de traslados, tras seis años de andar por tierras leonesas, me fueran a dar como destino Segovia, una capital de provincia muy codiciada entonces.

En esta ciudad y en este instituto he permanecido durante veintisiete años, en los que me he ido curtiendo en este oficio, al que tanto debo. He ido aprendiendo a que los objetivos cuadraran, me he adaptado a los cambios legislativos, unas veces con más ánimo y otras con menos, sobre todo, al ver cómo las asignaturas de mi Departamento eran utilizadas como arma arrojadiza en el debate político, empeorando por ello su valoración y su estatus en los planes de estudio.

Os confieso que la transformación sufrida a lo largo de estos años por el profesorado de Filosofía ha sido una experiencia agotadora e impagable que me ha hecho anhelar, como no podéis imaginar, que llegara pronto este día de la jubilación.

Pese a las dificultades, me he esforzado siempre por estar a la altura de los tiempos, como diría Ortega, intentando ofrecer a mis alumnos lo que se esperaba de mí: que aprendieran algo nuevo, que se asombraran con alguna idea y, sobre todo, que disfrutaran de la experiencia y quedaran con ganas de volver a por más.

Desde el primer momento entendí que nuestro trabajo se desdoblaba entre el despacho y el aula. Esa parte de preparación de clases y tediosas correcciones, invisible para la mayoría, era el soporte de esa otra, tan difícil y expuesta por la que nos transformamos a diario en actores de varios escenarios, tantos como aulas en las que impartimos clase. Actores sin guion obligados a improvisar con las solas armas del conocimiento, la experiencia y la imaginación.   Nobles recursos, pero de dudosos resultados cuando se trata de captar la atención de un público variopinto, poco motivado y felizmente atolondrado, que quisiera escapar del teatro. Qué duda cabe, en fin, que este es un mundo dentro del mundo, una vida dentro de otra vida en la que también ocurren cosas, a veces, terribles, que hay que esconder, solapar, impedir que se noten, como hacen los buenos actores.

         A los que comenzáis en este oficio, que así es como me gusta llamarlo, os aconsejo que mejor no penséis mucho en que esta hermosa tarea de enseñar al que no sabe, está siendo juzgada por los padres, presentes a través de sus hijos, o por la Administración, nuestro particular “Gran hermano”.  Tampoco os abruméis por el ingente número de alumnos a los que hay que atender, ni por la tensión de los plazos que hay que cumplir y que van empujando nuestros esfuerzos, unas veces con celeridad, otras, con tedio y parsimonia, hacia los días frenéticos de las ansiadas y, también, temidas, evaluaciones.

Aprenderéis, si no lo sabéis ya, que el ritmo de nuestras particulares estaciones transcurre alternando los días de calma, en los que todo parece encajar a la perfección, con los de tensión y bullicio, en los que saltan chispas por cualquier malentendido, en las aulas y fuera de ellas. Vivid con tranquilidad, disfrutad del momento mágico en que la mirada de vuestros alumnos os dice que sí, que lo entienden y se sienten felices por ello. Es su forma de agradecer tu esfuerzo. Ellos y ellas os entregarán alegría y optimismo y os enseñarán a cultivar las virtudes de la paciencia y la generosidad.

         Mi vida en este centro comenzó con la intensidad de mi juventud, tuvo también sus dificultades, pero ha estado llena de alicientes que me han ayudado a continuar. Los amigos y amigas que he encontrado aquí, los alumnos y alumnas que he conocido y cuya mirada ha bastado para empujarme a seguir desarrollando mi labor con soltura y felicidad, han dado sentido a todos estos años y han hecho que merecieran la pena.

         Ahora que ha llegado el momento de la despedida y voy apagando las luces de este hermoso teatro que ha sido mi centro de trabajo, me siento aliviada y esperanzada ante la oportunidad de poder conocer otra forma de vivir. No termino nada que sea esencial, simplemente continuaré con la tarea de sustituir unas horas por otras. Por eso, quiero despedirme con la alegría de haber llegado a vivir para contarla, como diría García Márquez, y siendo consciente de que no merezco nada de lo que he recibido de todos vosotros, que me lleváis acompañando unos cuantos años. Muchas gracias y hasta siempre.

        


Comentarios

  1. Que bonitas palabras, explicando sentimientos y vivencias que dan sentido a nuestro trabajo y forman parte de nuestra vida. Ha sido un placer compartir contigo estos años de trabajo en el Mariano Quintanilla. Te deseo lo mejor en esta nueva etapa de tu vida, Angélica.

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