HACIA EL INFRAMUNDO (ENEIDA, LIBRO VI)

Después de la llegada de los troyanos al puerto de Cumas —situado al norte de Nápoles—, Eneas escucha el oráculo de la Sibila (las sibilas eran mujeres profetas, que tenían el don de hacer vaticinios sobre el futuro). Este sigue sus consejos y se dirige al mundo de las sombras. 



Así dice entre lágrimas y da a la flota rienda suelta
hasta que se deslizan por las playas eubeas de Cumas.
Quedan vueltas las proas cara al mar y las anclas fondean
cada nave con su diente tenaz. Las corvas popas orlan la ribera.
Enardecido bulle el tropel de mozos por la orilla del Hesperia.
Buscan unos el germen de la llama oculta allá en las venas del perdernal;
se adentran otros raudos por entre la maraña de los bosques, guarida de las fieras,
y dan cuenta a los suyos de las corrientes de agua que descubren.
En tanto el buen Eneas se encamina a la cumbre en donde Apolo asienta
su alto trono y a la ingente caverna donde mora aislada la hórrida Sibila, 
aquella a la que inspira el dios profético de Delos
su poderoso pensamiento y su espíritu y le esclarece el porvenir.
Ya asciende por el bosque de Trivia el áureo templo.
Dédalo, según cuentan, huyendo de los reinos del rey Minos
osó lanzarse al aire con el vuelo de sus alas y atravesando el mar
en dirección a las heladas Osas por vía nunca usada, vino al cabo
a posarse volandero en la cumbre de Cumas. 
                                                                        [...]

Y la Sibila llama a los troyanos al templo de la cumbre.
El flanco ingente de la roca eubea está excavado en forma de caverna, 
a la que dan cien anchos corredores, cien bocas, de donde otras cien voces
salen con sus respuestas sibilinas.
Ya han llegado al umbral y la virgen prorrumpe:

 «Es el momento de que pidas tu oráculo. !El dios, míralo, el dios!»
Estaba hablando ante la misma puerta cuando de pronto se le altera el rostro,
se le muda el color, su cabello se desata, el pecho le jadea, se hincha su corazón
fiero de rabia, su estatura parece mayor y no suena su voz a voz humana,
pues el poder del dios le va insuflando su aliento cada vez más cerca.
Traducción de Javier de Echave-Sustaeta




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